domingo, abril 17, 2005

No creo en los políticos II o de cómo El Santo resulta una propuesta más viable para la política mexicana

En mi consideración, la baja calidad moral de las personas dedicadas a la política responde, más bien, a una condición cultural, una suerte de predisposición cromosómica, genética, de los mexicanos.
Es decir, en la conciencia nihilista que nos han generado a los mexicanos nuestros gobernantes, arraigada quizá con más fuerza en las generaciones de los 70´s a la fecha, resulta inconcecible creer que el servicio público tenga interés en resolver los problemas urgentes del país, estado o municipio, menos aún los añejos.
Si se me permite sumarle a mi nihilismo per sé una dosis de negativismo, resulta, en congruencia, condición imposible pensar de que quien llegue a la posición de poder, cual sea la bandera que sostenga, buscará el bien común.
El político mexicano en esencia es gandalla, (y la conciencia popular tan sabia reza que "el gandalla no batalla"), abusivo, labioso, descarado, lascivo, mediocre e ignorante. Salvo contadas excepciones.
Pero tienen a su favor que el Sistema fue construido por pares, entes que en épocas remotas y bajo circunstancias diversas lograron perpetuar un esquema de dominación, represión y condicionamiento.
Fortalecido tal dicho sistema, que pese a los avances obligados por la modernidad, las relaciones internacionales y esa masa incorpórea que se llama democracia, sobreviven esquemas de selección de representantes que responden más bien a situaciones de conveniencia, sin siquiera, considerar en ellos la opinión de los ciudadanos.
Por eso le creo más a El Santo, porque es un mexicano modelo, ejemplar, que combate el secuestro que pone en riesgo su vida para salvar a las personas en peligro, y -algo impensable entre la clase política mexicana-- es concreto en sus ideas y decidido en sus acciones.