A propósito del ruidoso tema del desafuero de Andrés Manuel López Obrador y de los espacios que ha ocupado en cualquier medio de comunicación su tratamiento, quisiera decir, como cualquier ciudadano, que no creo en los políticos.
Tortuoso para un ciudadano apolítico tener que escuchar las posturas que uno y otro lado exponen para defender sus intereses.
Me parece entonces que los políticos son una sub-raza deplorable.
Porque cualquiera que se su corriente --me resulta difícil llamarla ideológica-- el fin que persiguen es hacerse del poder y desde ahí perpetuarse o enriquecerse. La experiencia lo señala irremediablemente.
Así que no creo ni en Andrés Manuel (a quien cualquiera deberá reconocerle sus habilidades en el marketing político), menos aún en los tontos argumentos del gobierno, y ni siquiera por asomo en las marrullerías del PRI.
Me preguntaban recientemente, por quién votaría si me viera en la imperiosa obligación de ejercer mi derecho del sufragio --el cuál sólo utilicé en 1994 para apoyar a Sexilia Soto (era un adolescente!)--, si para ello incluso estuviera condicionada mi vida, mi decisión quizá sea compartida por algunos mexicanos, acaso sólo por los niños héroes; preferiría morir que avalar la postulación de alguien, cualquiera que fuere de la cual no estoy convencido.